lunes, 25 de enero de 2010

No me arrepiento de nada


No me arrepiento de nada

Poema de Gioconda Belli
Foto: mi abuela Carmen

Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
-en horas de oficina-
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.

4 comentarios:

wamani dijo...

Como digo: ¡Por todos nuestros vínculos sagrados!..., y contra toda receta ¡a vivir!

chela dijo...

Y bueno, Liliana: no sos la única!!!! Creo que todas las que tuvimos la herencia pesada y negadora de la educación de nuestras venerables madres, sentimos lo mismo. Como ya tengo 60, soy madre, soy abuela...estoy de vuelta de mis batallas - algunas perdidas y otras ganadas a costa de jirones de alma - no culpo más a mi vieja: no tuvo otras opciones. Esa palabreja llamada moral le fue inculcada a fuego desde que lanzó su primer llanto y lo transfirió sin digerir, porque nada ni nadie le mostró otro alimento. Tampoco los hombres con los que se cruzaba: padre, hermanos, marido. Ellos tenían la moral doble: había mujeres para el placer y otras para el matrimonio. A ellas les quedaba la cocina, el tejido y el dedal... abrir la puerta para ir a jugar era para las "malas". Yo traté por todos los medios de trasmitir libre albedrío, posibilidad de elegir, no dejarse manipular por la moda y el prejuicio, gozar del alma y del cuerpo sin vergüenzas ni histerias. Y tengo 4 hijas maravillosas, con nietas que maman el milagro de su femineidad
con alegría. Un abrazo

Paco Piniella dijo...

Una foto estupenda y el poema lo acompaña

"Libélula" dijo...

Muy Bella la foto de tu abuela, el poema tambien me gusta.

Saludos!