domingo, 2 de septiembre de 2007

Desde Alberto Morlachetti

El hambre, como un perro ciego, muerde -sin rostro y sin nombre- en el patio endiablado de la miseria y transforma la música de la existencia en un desencuentro de ternuras imposibles. Dónde posar el pie, dónde el poema. Sí, desmontar el mundo donde mueren los retoños inocentes, sería la tarea del hombre.