En la pared de la caverna
con los dedos untados de ceniza
y bermellón y grasa de venado,
ensayo la espiral de un mitelminto.
Cada día renuevo la aventura.
Aprende la mano gradualmente:
accedo al cuerno de una cabra,
reconozco las piedras y las lomas,
la curva de una garra.
Aún en la caverna percibo la llanura
y todo lo que alberga: águilas, jaguares, “bisontes de la aurora”.
Con leves movimientos de mi mano
dibujo sus pisadas, conjuro los rebaños,
propicio cacerías venturosas.
Me invade una pasión desconocida.
Como los dioses, puedo torcer el rumbo de las cosas.
Y sin embargo, a veces
en la noche profunda de los miedos
siento que infinitamente
estoy signado a comenzar de nuevo.
Eduardo Adamson - Psc. Social
2 comentarios:
Qué belleza esto!
Entre el miedo y el volver a empezar... y esto es la vida, ni más ni menos.
Agradezco siempre tus buenos comentarios.
Saludos y besos.
Infinitamente estamos condenados a comenzar siempre, es parte del aprendizaje del ser húmano.
Recibe un abrazo infinito
Publicar un comentario